La medicina cubana es un referente mundial de calidad y esto es ampliamente conocido por todos los interesados en el área. Lo que pocos saben es que las universidades de la isla caribeña atraen a un público un tanto inesperado: los estudiantes norteamericanos. A través de la facilidad de las becas, negros y latinos del Tío Sam van a La Habana con el objetivo de asistir a la graduación de sus sueños sin contraer deudas estudiantiles.
El incentivo es otorgado por la Escuela Latinoamericana de Medicina, ELAM. Fundada en 1999, la institución ofrece educación gratuita a jóvenes desfavorecidos de países pobres del Caribe y América Central afectados por los huracanes Georges y Mitch. Actualmente, estudiantes nacidos en más de 124 países forman parte del estudiantado de la organización. La alianza con Estados Unidos comenzó en 2001, durante el gobierno de Fidel Castro.
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Todo comenzó con una visita a Cuba de congresistas estadounidenses negros del Caucus Negro del Congreso. En su momento, los líderes denunciaron que faltaban médicos en zonas pobladas por minorías y, en respuesta, el líder cubano ofreció becas a estudiantes de escasos recursos. A partir de entonces, la Fundación Interreligiosa para la Organización Comunitaria (IFCO) se hizo cargo de la selección, avalada por la ELAM.
El número medio de solicitudes es de 150, pero en realidad solo se aplican 30. De estos, diez son enviados a Cuba. El curso tiene una duración de seis años, dos años más que en Estados Unidos donde, por cierto, se ofrece como título de posgrado. Además del tiempo dedicado a la graduación, hay un año adicional dedicado a clases preparatorias enfocadas en el aprendizaje de español y ciencias.
En cuanto a la beca, esta incluye alojamiento en dormitorios, tres comidas diarias ofrecidas en la cafetería del campus, así como uniforme, libros en el idioma local y ayuda económica mensual. Cerca de 170 médicos norteamericanos ya se graduaron de la ELAM, teniendo a cambio el compromiso de trabajar en áreas carentes de servicios médicos cuando regresen a Estados Unidos.
Dos factores causan cierto asombro cuando se habla de norteamericanos que estudian medicina en Cuba. El primero es la tensión política entre los dos países. Sin embargo, los estudiantes afirman que el tema queda fuera cuando se trata de estudios. La segunda es pensar qué hace que los estudiantes dejen un país rico para participar en un programa dirigido a estudiantes de bajos recursos.
La respuesta a esa pregunta está en las estadísticas. En Estados Unidos, un curso de medicina cuesta, en promedio, entre USD 200.000 y USD 300.000. La mayoría de los estudiantes latinoamericanos y negros en el país no pueden pagar estos costos. Tanto es así que forman parte sólo del 6% de los alumnos matriculados. Al analizar el cuerpo estudiantil de la ELAM, el 47% de los graduados estadounidenses son negros y el 29% son latinos.
Durante el proceso de admisión, los estudiantes norteamericanos son informados sobre las particularidades locales, como el alojamiento sencillo y las dificultades para acceder a Internet y al suministro eléctrico. Sin embargo, un punto que sorprende a los estudiantes es el método educativo dirigido a la interacción con los pacientes y la prevención. Sarpoma Sefa-Boakye, egresada de la ELAM, informa que el contacto se hace desde el inicio del curso.
En una entrevista con la BBC, el médico dice que, en Estados Unidos, las escuelas utilizan a los actores para representar a los pacientes. En Cuba, en la primera clase, los estudiantes aprenden a poner inyecciones y todo se aprende directamente en las clínicas. Melissa Barber, también egresada de la ELAM, destaca el carácter comunitario del sistema médico cubano. La joven describe que cada equipo es responsable de una determinada región geográfica.
En él, médicos y enfermeras mantienen contacto directo con sus residentes, conociéndolo en profundidad y realizando visitas casa por casa. Así, los profesionales pueden realizar un diagnóstico que tenga en cuenta elementos psicológicos, sociales y biológicos. Si la situación requiere cuidados especiales, el paciente es derivado a policlínicos equipados con todas las especialidades.
De nuevo, se compara el sistema con el norteamericano. Los dos médicos recuerdan que, en Estados Unidos, muchos pacientes ni siquiera tienen seguro médico. Por lo tanto, la consulta médica se realiza cuando el caso requiere urgencia y, ya no hay tiempo para la prevención.
Cuando regresan a su país de origen, los médicos formados en Cuba deben aprobar exámenes previos y también aprobar el programa de residencia médica. La mayoría de ellos trabajan en atención primaria, un área que carece de médicos en los Estados Unidos. En esto, juegan un papel fundamental en la reducción de la mortalidad infantil y otros problemas propios de los sectores pobres de la población.
Una de las mayores dificultades reportadas por los recién graduados es el tiempo dedicado a los pacientes. En Cuba se acostumbran a un servicio prolongado mientras que en suelo norteamericano la consulta dura, en promedio, 15 minutos. Sarpoma confiesa que el hábito es frustrante porque siente la necesidad de saber más sobre el paciente. También afirma haber recibido poca capacitación en casos más comunes en los Estados Unidos.
Como ejemplos, cita emergencias relacionadas con sobredosis y heridas de bala, que son menos frecuentes en la isla caribeña. Hay otra diferencia entre los dos sistemas, esta vez relacionada con el uso de imágenes y pruebas de laboratorio. En EE.UU. su aplicación es mayor que en Cuba donde, en la mayoría de los casos, se recomiendan como complemento al diagnóstico inicial.
En todo caso, profesionales formados en otros países advierten que no hay por qué sospechar de la preparación adquirida en la graduación. Entrevistas de la BBC señalan que, aún con esta mentalidad, la realidad de los médicos en Cuba es otra. Allá son muy bienvenidos en las comunidades, incluso por llegar donde no llegan los profesionales de otros países.