Quien diga que el acto de educar es fácil y pacífico miente. El proceso pedagógico es complejo y agotador. Educar, tanto formal como informalmente, es un proceso cíclico que requiere mucho trabajo. Requiere dedicación, paciencia, conocimiento, donación y una dosis casi inexplicable de buena voluntad y amor. Educar va mucho más allá de los muros de la escuela, donde el proceso educativo se desarrolla desde un punto de vista pedagógico y social. Se educa en casa, en el club, en la iglesia, con los miembros de la familia, en la vida cotidiana, a través de palabras y ejemplos. Se educa para la vida, según los valores familiares establecidos por cada familia y cada sociedad. Todos los adultos que educan, en general, siempre tienen buenas intenciones. La frase “Sé cortés, hijo mío” se repite constantemente, pero no siempre aplicamos nuestros discursos en la vida cotidiana. Incluso dándonos cuenta de que nuestras posturas están siendo miradas por el menor, como si fuéramos un espejo. Los problemas y las muertes ocurren en la escuela, en el hogar, en la calle, en la vida. Como somos fieles y valoramos cada evento en la dimensión correcta, estamos introduciendo a los niños y jóvenes al mundo real, de la razón y la emoción, de una manera equilibrada. Estamos preparando a los ciudadanos, es importante orientarlos siempre, hacerles saber que no todo sucede como queremos y como planeamos. Dejarlos experimentar algunos eventos desagradables los fortalecerá. Dejarlos participar (dentro de sus límites) en los asuntos familiares los ayudará a aprender a superar los desafíos y las dificultades. Quienes siembran educación no pueden tener prisa, ya que es un proceso lento cuya cosecha la harán las generaciones futuras. Educar no es un arte, pero vivir es un arte.
Suely Regina Soares Santos
Especialista en Calidad Total
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