La palabra “idiota” proviene del griego antiguo y originalmente no tenía connotaciones negativas, irrespetuosas o despectivas.
Necesitamos entender la semántica de palabra antes de decirlo, lo que da credibilidad a nuestro discurso y valor a lo que decimos.
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A pesar de este conocimiento, algunas palabras pueden perder su significado. sentido original a lo largo del tiempo, variando entre diferentes perspectivas y nuevos lenguajes.
La palabra que hoy entendemos como insulto, en su forma original, no estaba relacionada con la inteligencia de la persona a la que se refería.
En cambio, se utilizó para describir a un ciudadano común, a diferencia de académicos o individuos que ocupaban cargos públicos o actuaban en nombre del estado.
Los antiguos griegos valoraban mucho la participación cívica y reconocían que la democracia dependía de ella para prosperar.
Se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran alerta y bien informados sobre los asuntos públicos. En otras palabras, ser “idiota” en la antigua Grecia significaba no involucrarse en la esfera pública, algo que se desaconsejaba en la sociedad griega de la época.
En la Antigua Grecia, permanecer al margen de la vida pública se consideraba un signo de ignorancia, falta de educación, desinformación e incluso un abandono de un deber fundamental de ciudadano.
Pericles, el eminente estadista de Atenas, enfatizó que cualquiera que no contribuyera a los debates políticos no sólo carecía de ambición, sino que era considerado “absolutamente inútil”.
Con el paso del tiempo, la palabra empezó a adquirir una connotación cada vez más negativa. Se convirtió en un término de desaprobación y desdén, reflejando el cambio en la percepción social de las personas que optaron por permanecer al margen de los asuntos públicos.
Esta evolución lingüística demuestra cómo las palabras pueden evolucionar y adquirir nuevos significados a medida que la sociedad y las normas culturales se transforman a lo largo de los siglos.
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